¿Será casualidad que, el día 21 de
marzo, día del equinoccio de primavera, es el día de la poesía, pero también el
día internacional de los bosques, y que un día después sea el día mundial del
agua?.
El equinoccio es un fenómeno
astronómico en donde el día tiene la misma duración con la noche. Para los
Mayas, cada 21 de marzo era importante, porque marcaba en la primavera, el
ciclo de preparación para la siembra. Era una fecha en que astronomía,
matemática, cronología, religión, agricultura y arquitectura confluían, ya que
en el diseño de sus ciudades y espacios, incorporaban ese elemento, muchos de
sus “edificios” fueron construidos
para celebrar esa fecha, en la que Kukulcan Quetzalcoat baja a la tierra a bendecir los
esfuerzos de hombres y mujeres para el cultivo, especialmente del maíz, ejemplo
de ello es el Castillo de Chichén Itza, donde todavía se puede apreciar visualmente,
cada 21 de marzo, la fusión del cielo con la tierra. Es decir el 21 de marzo
era una fecha cultural.
Los Convenios UNESCO sobre (i) Convención para la Salvaguarda del Patrimonio
Cultural Innmaterial, y (ii) de la Convención sobre la Protección y Promoción de la Diversidad y
Expresiones Culturales, reconocen que, los “conocimientos y usos relacionados con la
naturaleza y el universo” son ámbitos de patrimonio cultural
intangible, pero que en la práctica se vuelven tangibles, por esa misma
tendencia humana de plasmar en la materialidad, aquello que se concibe desde la
inmaterialidad, tal es el caso del ejemplo de Chichen Itza.
La Carta de Cultura Iberoamericana,
reconoce que “la cultura, naturaleza y ambiente están íntimamente relacionados”, de tal forma que se hace necesario
fomentar la cultura de la sustentabilidad.
De igual forma, la definición de medio ambiente y área natural protegida, en las
leyes de medio ambiente y áreas naturales protegidas, de los países
centroamericanos, establecen esa fusión entre ambiente y cultura, es decir
entre esos elementos existentes en el entorno y la forma en que los apreciamos
y nos justificamos con ellos.
¿Pero cómo fomentar esa cultura de la
sustentabilidad, desde una visión utilitaria y material como la que el mundo
occidental nos ofrece?. Sólo para poner un ejemplo: los árboles son especies
bióticas (que tienen vida), que entran en la calidad de “recursos naturales renovables”, al igual que el agua, que por el
ciclo hidrológico tiene esa categoría de
recurso renovable, (ya solo el hecho de llamarlo recurso condiciona el
pensamiento de lo utilitario y que en consecuencia puede ser usado para
satisfacción de necesidades, ¿de quién?, obviamente del ser humano).
Bajo la visión de las culturas
ancestrales el árbol era un símbolo de la conexión del inframundo, el mundo
terrenal y el mundo celestial. De hecho cronistas de la conquista como Nuñez de
la Vega, relataron cómo pueblos, del ahora sur de México, consideraban que la
Ceiba tenía esa conexión entre los 3 planos antes referidos, razón por la cual
para cortar un árbol se convocaba al pueblo, se saludaba al árbol, se le pedía perdón y permiso
para cortarlo, además se le consolaba para que no se enojase, una situación que
ahora en nuestras realidades solo puede encontrarse en los versos o prosas de
una estructura poética y en algunos lugares de la zona rural de nuestro país,
donde todavía se habla con los árboles y en ocasiones se les ultraja y “planasea con el corvo”, ofreciéndole
colgar zapatos viejos, para que sienta vergüenza, especialmente si el árbol es
“machorro” y no ha dado fruto
(queriendo verlo desde Salarrué).
¿Qué simbología hay detrás de un 21 de
marzo, donde confluye la poesía, los árboles y el equinoccio de primavera?
En un mundo dominado por la
interpretación de la razón, que vuelve locura la existencia, solo el volver a
la aceptación de lo “inefable” (aquello que es indecible,
que no se puede explicar con palabras) puede permitir el retorno a esa
concepción espiritual de la vida; puede permitirnos construir una cultura de sustentabilidad, porque solo
aceptando la explicación de aquello que no tiene razones, podemos comprender,
desde el corazón, el desamor y egoísmo que existe al ubicar a los seres
sintientes, como los árboles, en esa categoría de RECURSO.
Creo que esa será uno de los
reconocimientos y labores futuras de la poética, reconocerle su potencial como
formadora de una cultura sustentable,
evocando en sus receptores vivencias indescriptibles, es decir inefables, que
traducen en especial la experiencia estética, la forma más profunda de la
comunicación humana, semejante a la puesta de sol en un equinoccio de primavera.
¡Felicidades en su día a los poetas, a
los bosques, el agua y a los que nacieron un equinoccio de primavera!